El tefonazo
Conozco de siempre Ilvio, nombre que sería el anagrama de
Livio,a causa de la pasión de su padre por el gran historiador romano. Cuando podemos, salimos juntos para evocar el
pasado; yo,
por mi parte, soy siempre verdadero y creo que él también porque se comporte siempre de la
misma manera. Pero anoche, en la atmósfera especial de ese restaurante elegante y
sofisticado,fuera
de la realidad decada día, me contó una historia que hoy, en retrospectiva y
con la mente fresca, me parece increíble. No
tengo ninguna razón para creer que mintió,sin embargo quiero compartirla con ustedes para que podáis juzgarla vosotros mismos. Ilvio, que es también mi médico de cabecera, me dijo que, hace mucho tiempo, un paciente suyo lo convidó a cenar en el mismo restaurante donde estábamos nosotros, con motivo de control de su estado de salud que ahora, después de pasar cincuenta años, repetía sistemáticamente cada año. También esta vez la "inspección periódica" no habia evidenciado nada de especial y los dos, después de una buena cena, brindaron para celebrar estos resultados tranquilizadores.
«Antes de hacer el brindis, quiero contarle con pelos y señales el sueño que tuve anoche.» dijo aquel caballero al médico. «Soñé que nosotros estábamos cenando en este restaurante. Al cabo de un tiempo, sonó el teléfono. Yo respondí, escuché, y estaba a punto de decir algo cuando el otro colgó el teléfono.»
«¿Quién era? » preguntó Ilvio.
«No lo sé. Yo sólo oí una voz que susurraba: "¡Prepárate! ¡Prepárate! Telefonée a la Señora que vaya a recogerte." ... Pero yo no esperaba a nadie.»
«Bah! Los sueños son siempre extraños. Si quieres darles un sentido, sería una pérdida de tiempo. Desde un punto de vista profesional puedo decir que depende sólo de nuestra digestión. Por lo tanto, para hacer sueños bonitos, es suficiente comer con sabiduría.» dijo el médico.
Mientras levantaban las copas para brindar, oyeron de repente la sirena de una ambulancia que se acercaba, luego un frenazo y la sirena que cesaba.
La puerta del restaurante se abrió y entró un médico, seguido por dos porteros, que gritaban:
«Recibimos un telefonazo que aquí hay una persona que se siente mal. ¿Dónde está?»
Los dos invitados se miraron, sorprendidos, volviendo a evocar el sueño, y se echaron a reír de forma incontrolable.
Pero la risa se convirtió pronto en una mueca de dolor en la boca del paciente que, llevándose la mano a su pecho, se derrumbó al suelo.
«Infarto agudo de miocardio», diagnosticó el médico y le administró la terapia de urgencia contemplada en el protocolo.
«Llevaron al paciente al hospital y yo, esa noche misma, me di cuenta de que estaba muerto.» concluyó Ilvio con una mirada de interrogación.
Tras una larga pausa, añadió:
«¡Tal vez sea verdad que los sueños son premonitorios de nuestro destino!»
Ahora que estoy aquí mientras desayuno solo, trato de explicarme la extraña cena de anoche y me parece haber vivido una experiencia irreal porque, mientras Ilvio contaba aquel hecho inexplicable, yo tambien recibí en mi móvil un mensaje de un desconocido. Pero no tuve el valor para abrirlo y, ni mucho menos, se lo dije a él. Ahora, las extrañas circunstancias de esta muerte aumentan mis dudas y yo tengo miedo de leerlo. Tal vez podría echar luz sobre el tema pero ¿vale realmente la pena correr este riesgo?
Si os habéis hecho una idea de esta historia, espero vuestra respuesta.
Piero Farolfi
«Antes de hacer el brindis, quiero contarle con pelos y señales el sueño que tuve anoche.» dijo aquel caballero al médico. «Soñé que nosotros estábamos cenando en este restaurante. Al cabo de un tiempo, sonó el teléfono. Yo respondí, escuché, y estaba a punto de decir algo cuando el otro colgó el teléfono.»
«¿Quién era? » preguntó Ilvio.
«No lo sé. Yo sólo oí una voz que susurraba: "¡Prepárate! ¡Prepárate! Telefonée a la Señora que vaya a recogerte." ... Pero yo no esperaba a nadie.»
«Bah! Los sueños son siempre extraños. Si quieres darles un sentido, sería una pérdida de tiempo. Desde un punto de vista profesional puedo decir que depende sólo de nuestra digestión. Por lo tanto, para hacer sueños bonitos, es suficiente comer con sabiduría.» dijo el médico.
Mientras levantaban las copas para brindar, oyeron de repente la sirena de una ambulancia que se acercaba, luego un frenazo y la sirena que cesaba.
La puerta del restaurante se abrió y entró un médico, seguido por dos porteros, que gritaban:
«Recibimos un telefonazo que aquí hay una persona que se siente mal. ¿Dónde está?»
Los dos invitados se miraron, sorprendidos, volviendo a evocar el sueño, y se echaron a reír de forma incontrolable.
Pero la risa se convirtió pronto en una mueca de dolor en la boca del paciente que, llevándose la mano a su pecho, se derrumbó al suelo.
«Infarto agudo de miocardio», diagnosticó el médico y le administró la terapia de urgencia contemplada en el protocolo.
«Llevaron al paciente al hospital y yo, esa noche misma, me di cuenta de que estaba muerto.» concluyó Ilvio con una mirada de interrogación.
Tras una larga pausa, añadió:
«¡Tal vez sea verdad que los sueños son premonitorios de nuestro destino!»
Ahora que estoy aquí mientras desayuno solo, trato de explicarme la extraña cena de anoche y me parece haber vivido una experiencia irreal porque, mientras Ilvio contaba aquel hecho inexplicable, yo tambien recibí en mi móvil un mensaje de un desconocido. Pero no tuve el valor para abrirlo y, ni mucho menos, se lo dije a él. Ahora, las extrañas circunstancias de esta muerte aumentan mis dudas y yo tengo miedo de leerlo. Tal vez podría echar luz sobre el tema pero ¿vale realmente la pena correr este riesgo?
Si os habéis hecho una idea de esta historia, espero vuestra respuesta.
Piero Farolfi