Mermelada de desayuno

Ulises, a despecho de su nombre, es un hombre metódico y habitual. Cuando, cada mañana, se sienta a la mesa de la cocina a desayunar, observa la gran ventana que enmarca una colina incontaminada. Una pintura de la naturaleza que varía con las estaciones: la floración en primavera, los colores saturados de verano, manchas de colores en otoño, los árboles desnudos, a veces cubiertos de nieve, en invierno. Una visión que nunca lo cansa y lo encauza para iniciar bien el día.
Es un ritual inmutable: zumo de pomelo, té, dos tostadas con mermelada, la única variante que le incanta preparar por su propia cuenta. Las que están en el supermercado, incluidas las más deliciosas, son siempre las mismas y tienen un sabor estandarizado. A él, sin embargo, le gusta probar nuevas recetas. Así, además de melocotones, cerezas, naranjas, higos y moras, también "materias primas" inusuales como melones, caquis, calabazas, zanahorias y rosa mosqueta se doblegan a su creatividad. Cada producción tiene su propio carácter y cada vez es un descubrimiento de perfumes y sabores únicos.
Pero, de todas, tiene una pasión muy especial por la "pera volpina": una fruta local de mi zona, de aspecto humilde y poco atractivo. Pequeña, redonda y arrugada, debe su nombre a su color herrumbre y al hecho de que le gustaba a los zorros o, más maliciosamente para otros, a una deformación del nombre de "pera poppina". Así se decía en un mundo campesino ya hoy desaparecido, que en este fruto encontró un alimento importante que le ayudó a sobrevivir en aquellos tiempos difíciles.
Cruda es dura y no comestible, pero cocida transforma su amargura en una dulzura que hace olvidar su reticencia inicial. Es siempre un encuentro difícil en el que se intentan combinaciones extrañas para suavizar su carácter áspero y por eso se ahoga en el vino, o se mezcla con hojas de laurel y canela, o se utiliza para confeturas o en almíbar.
Para Ulises, el método mejor es transformarla en mermelada sin adición de otras cosas seguramente buenas, pero que pueden alterar su delicado sabor. Va a buscarlas por senderos que sólo él conoce, encontrando aquellos perales ya vueltos huraños por el largo abandono que dan frutos lejanos años luz de los productos homologados de la sociedad de consumo. Su cosecha es siempre generosa.
Ayer hirvió una buena cantidad, luego la redujo a un suave puré. Añadió jugo de limón, la dosis necesaria de azúcar y la dejo cocer hasta alcanzar la consistencia adecuada; por último, la virtió en botes de cristal.
Ahora Ulises está allí abriendo con agitación el primer bote. Bebe el pomelo, hace el té, se unta la tostada con mermelada. Huele aquel perfume olvidado, luego lo prueba: en la boca se propaga un gusto recuperado que es diferente a cualquier otro.
Cierra los ojos para disfrutar de ese momento infinito, después vuelve a abrirlos. La ventana muestra la colina acariciada por el sol que ilumina las hojas doradas del otoño.
En el alféizar se posa un petirrojo que, sin falta, vuelve con los primeros fríos. Él lo llama por su nombre porque le gusta pensar que es siempre el mismo cada año.
«¡Vamos, Mancha Roja, ven, prueba! »
Éste vuela sobre la mesa y picotea algunas migas de pan untado con mermelada que se mezcla con la mancha bermeja del pecho. Revolotea sobre el hombro, gorjea algo en la oreja y, con un batir de alas, aletea lejos.
La boca de Ulises se estira con una sonrisa complacida: también este año la "pera volpina" ha aprobado el examen.
Piero Farolfi
Es un ritual inmutable: zumo de pomelo, té, dos tostadas con mermelada, la única variante que le incanta preparar por su propia cuenta. Las que están en el supermercado, incluidas las más deliciosas, son siempre las mismas y tienen un sabor estandarizado. A él, sin embargo, le gusta probar nuevas recetas. Así, además de melocotones, cerezas, naranjas, higos y moras, también "materias primas" inusuales como melones, caquis, calabazas, zanahorias y rosa mosqueta se doblegan a su creatividad. Cada producción tiene su propio carácter y cada vez es un descubrimiento de perfumes y sabores únicos.
Pero, de todas, tiene una pasión muy especial por la "pera volpina": una fruta local de mi zona, de aspecto humilde y poco atractivo. Pequeña, redonda y arrugada, debe su nombre a su color herrumbre y al hecho de que le gustaba a los zorros o, más maliciosamente para otros, a una deformación del nombre de "pera poppina". Así se decía en un mundo campesino ya hoy desaparecido, que en este fruto encontró un alimento importante que le ayudó a sobrevivir en aquellos tiempos difíciles.
Cruda es dura y no comestible, pero cocida transforma su amargura en una dulzura que hace olvidar su reticencia inicial. Es siempre un encuentro difícil en el que se intentan combinaciones extrañas para suavizar su carácter áspero y por eso se ahoga en el vino, o se mezcla con hojas de laurel y canela, o se utiliza para confeturas o en almíbar.
Para Ulises, el método mejor es transformarla en mermelada sin adición de otras cosas seguramente buenas, pero que pueden alterar su delicado sabor. Va a buscarlas por senderos que sólo él conoce, encontrando aquellos perales ya vueltos huraños por el largo abandono que dan frutos lejanos años luz de los productos homologados de la sociedad de consumo. Su cosecha es siempre generosa.
Ayer hirvió una buena cantidad, luego la redujo a un suave puré. Añadió jugo de limón, la dosis necesaria de azúcar y la dejo cocer hasta alcanzar la consistencia adecuada; por último, la virtió en botes de cristal.
Ahora Ulises está allí abriendo con agitación el primer bote. Bebe el pomelo, hace el té, se unta la tostada con mermelada. Huele aquel perfume olvidado, luego lo prueba: en la boca se propaga un gusto recuperado que es diferente a cualquier otro.
Cierra los ojos para disfrutar de ese momento infinito, después vuelve a abrirlos. La ventana muestra la colina acariciada por el sol que ilumina las hojas doradas del otoño.
En el alféizar se posa un petirrojo que, sin falta, vuelve con los primeros fríos. Él lo llama por su nombre porque le gusta pensar que es siempre el mismo cada año.
«¡Vamos, Mancha Roja, ven, prueba! »
Éste vuela sobre la mesa y picotea algunas migas de pan untado con mermelada que se mezcla con la mancha bermeja del pecho. Revolotea sobre el hombro, gorjea algo en la oreja y, con un batir de alas, aletea lejos.
La boca de Ulises se estira con una sonrisa complacida: también este año la "pera volpina" ha aprobado el examen.
Piero Farolfi